domingo

Yo, que nunca te tendré.
Y aunque no te lleguen mis correos 
te escribo,
y aunque no sepas si los lees,
te escribo.
Te escribía.
Porque voy a cerrar mi casilla, caracolito,
ya no voy a buscarte en los bares 
de mi buzón de entrada
ni en la esquina de cada mail.
Cuando una dice que se despide (lo siento ahora)...
lo hace con la esperanza mágica de que...
lo hago, 
con la esperanza mágica de que aparezcas,
o de que si yo corro el telón, habré sido yo,
y no tu silencio.
Por lo que es casi seguro que te busque unas cuantas veces más.
Pero ya cierro esta casilla que me cierra.
Voy a enterarme de qué trata la soledad, ahora,
y que el vacío de no tenerte, ni esperarte,
busque, 
o me lleve,
o sea lo que sea.
Te amé, tanto, tanto.
Te amo, pero te amé.
Tanto.



sé que algún día vas a venir hasta acá buscando algo que te nombre. me despido, entonces, de vos. me despido para siempre (para siempre hasta que un día) de mis letras que te nombren. quiero hacerlo con algo que te escribí en mi cuaderno un atardecer, últimos rayos de sol por la ventana de un tren, cuando todo esto empezaba a terminarse. una de las pocas cosas que había decidido guardarme, esperando que supieras. pero no, así que transcribo la tinta azul del séptimo renglón de la decimoctava hoja de mis días: tenés que aprender a alejarte de las cosas que querés sin romperlas.




Adiós, en quien te conviertas.



Cartas al Rey de la Cabina.
Luis María Pescetti.

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