viernes

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Tú:

¿Serás sensato? ¿Por eso te fuiste?
¿Por tu edad y la mía? Júralo que no.
Hoy me desperté como si nevara y los copos (¿por qué nevará más suave que la lluvia?)... los copos estaban hechos de saber que te fuiste porque te pesa ser mayor que yo.
Te digo, no era lluvia, que me aplastó al darme cuenta. No, era la luz de saber eso que no te atreverías a reconocer.
¿Evitarás el escándalo?
¿Quién te lo pide?
¿O acaso crees que sé porque te busco? (nadie es tan infeliz como para saber por qué busca a otra persona).
Son líneas pequeñas escritas en una lengua que se nos escapa.
Por más que pasáramos siglos descifrándola, por más que los científicos dejaran tranquilos a sus microscopios, a sus computadoras, y sólo se dedicaran a descifrar estas líneas, ellas seguirían sin ser leídas. Por más que, cansados de fracasar, aceptaran, por fin la ayuda de los magos; y los magos, cansados de fracasar, le pidieran ayuda a las brujas, y ellas le pidieran ayuda a los ángeles, seguirían incomprensibles.
Están escritas con letra de paso de hormigas.
¿De qué crees que me estás salvando? ¿Quién te lo pide?
¿Crees que sé por qué te busco?
Estoy llena de pequeñas letras invisibles que unas hormigas escribieron mientras me hacían, con sus cuchillitos y sus tenedores diminutos.
¿Y tú, soberbio o ignorante, crees que te alejas por mi bien?
Te voy a decir todo lo que sé.
Son hormigas y arañas que bajan de las estrellas.
Y una vez que han escrito su canción, en vez de irse, se quedan para que uno las coma. Así guardan sus secretos. Permanecen quietas todo lo que haga falta. Luego se esconden en la primera leche, o en una tostada a los seis años o a los veinte (sólo ellas saben) para ser comidas.
Nunca te enterarás si han terminado su tarea o no, si todavía están. Y esas habrán sido tus arañas y tus hormigas, tus ángeles laboriosos.
Pero esto
es sólo un cuento, demasiado bueno,
para que sepas lo que sé
(me enojo conmigo misma cuando leo lo que escribí
y suena rosado, quiero romper la carta,
pero no quiero escribir otra).
La verdad está en el olor a brea de las autopistas,
y en los supermercados.
En los golpes de los martillos. En el click del botón que apaga la radio. En las sirenas que se oyen de noche. En las escaleras de metal. En las cortinas de plástico (esas baratas para que no entren las moscas a la cocina). En tu maldito reloj despertador, para llegar a tiempo al maldito turno en el que has elegido esconderte.
No esperes que nadie,
NADIE,
ni siquiera los que crees que me quieren,
te agradezca esto que haces.
Podemos seguir, pretender que nunca nos cruzamos.
Vivir, incluso, felices.
Nos regalaron un piano y lo quemamos. No deja de haber música en el mundo por eso
(es el enojo, es el enojo).
¿Vas a ser un boticario contando los años que nos separan?
¿Vertiendo líquidos de una ampolla a otra,
separando polvos blancos?
¿Ordenarás tus instrumentos de metal? ¿Te vas a peinar al medio?
¿Cuidarás los puños de tu camisa?
Deseo haberme equivocado.
El Señor Perro Guardián que te acompaña
no merece mi enojo
y le ruego que te gruña en mi nombre,
que muerda tus talones
y se mee en tu merienda.
Va a ser Navidad para quien lo festeje
y quiero hacerlo,
estoy harta de tanta ceniza en los pulmones.
Haya luz, señores de la mina,
dígalen adiós a los derrumbes, los esperan sus esposas
y sus hijos en la superficie.
Tiempo de empezar de nuevo, en otra parte.
Llevan años cavando,
¿han encontrado la receta para que sus hijos no envejezcan?,
¿el remedio para que sus mujeres no se enfermen,
o para que a ustedes les devuelvan algunos años?
(En el mismo sobre del aguinaldo, tres años más;
el regreso de sus padres, de sus abuelos, a quienes
no alcanzaron a conocer, y el de los padres de sus abuelos).
Dios le dé pan a todas las semillas, por favor.
Por favor.
Porque lo demás no vale la pena. Ni siquiera
ganarle a la montaña.
Inútiles, tontos, triunfos. Pedacitos de bronce llorado,
por haberle ganado a la montaña.
Haya luz,
señores de la mina.
Repudien a sus patrones, antes de que sea tarde.
Pondremos guirnaldas, y encenderemos lámparas
cuando atardezca, habrá guitarra y acordeón,
dará el viento en los manteles.


Querido Rey de la Cabina,
¿por eso te fuiste?
¿Hay una parte en ti que no soporta verme con un cuaderno?
Quiero que sepas que te mentí y tengo aún menos
de los que te dije.
Tengo cinco años. Tengo tres. Mi abuelo me lleva de la mano a la escuela. Estoy en el vientre de mi madre.
¿Y a ti qué te importa? ¿A quién se lo debes?
No bajes si esperas que el mundo sea menos cruel
o que tú seas menos cruel.



Paloma.



Cartas al Rey de la Cabina.
Luis María Pescetti.

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