lunes

me encargué de esconderte de todos los rincones. de fijarme en los dobleces de los días para que ninguno te guarde. ciega de mí, sabiendo de este grito mudo, desesperado, anticipándome a este abismo voraz que es no encontrarte en ningún lado, te pedí un silencio tan hermético que sólo podría existir por la fuerza de dos letras: no. desayuno todos los días pan untado con la magia sin vos y a pesar de que cada movimiento del aire me haga esperar algún signo de que estás, obediente, tus ausencias -sólo éstas- responden a mi pedido. (sí, desayuno). si tuviese entre mis manos un poema que dijera los pasos a seguir para un alma que tuvo miedo -me arriesgaría: casi casi tanto como a mí-, cómo deshacerse de la que nunca fue -por miedo-, un poema que hablara del miedo del amor del amor del miedo del miedo o algo de todo, si lo tuviera, podría tachar de él cada cosa que ya no te nombra -por miedo- como la lista de un supermercado (antes, claro está, llevaría sus letras y los espacios entre ellas -sobre todo, por favor, sobre todo los espacios- a una hoja amarilla que me permitiera, habiéndolo pasado por mi mano, habiéndolo hecho tinta, poseerlo). si existiera ese poema, sostengo, los trazos negros -nada me permitiría tachar la tinta con algo que no fuese un lápiz: no sería yo- estarían ya sobre todas y cada una de las palabras y las letras y, por favor, sus espacios. ¿y entonces? ¿cómo se hace con tanta lágrima sobre la lechuga, los almohadones, el piano, los apuntes, las listas, el manubrio, toda la avenida haciéndose espejo por la lluvia y por mis ojos? yo, lago eterno, pretendía ser pasto para tus pies. vaso de agua, queriendo ser una fuente en el horno. no soy la que conociste, no hubiese podido. así como tampoco puedo ser para mí, algo en mí te ofreció algo de mí que no soy yo. igual que yo para conmigo. igual el miedo. te tuve miedo, pero ya no te tengo, y eso está bien: nunca me gustó sostener a nadie, eso no debiera ser amor. no hay un punto y coma en ninguna de estas líneas (no, tampoco en sus espacios). las comas suficientes para respirar, los puntos necesarios para cosas que se terminen. el alma retorciéndose en ausencias construidas. no existen ya las noches, sólo la luna buscando cada tanto mis pedales. existen sólo las horas sucesivas de saber que elegís otros libros donde leer tus días, y yo elijo, muda, mudarte adonde ya no pueda quererte. no así, tan poco yo, tan el miedo, tan punto y coma, escondite de mí.

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